«Los emigrantes, ahora» de Eduardo Galeano
Desde siempre, las mariposas y las golondrinas y los flamencos vuelan huyendo del frío, año tras año, y nadan las ballenas en busca de otra mar y los salmones y las truchas en busca de sus ríos. Ellos viajan miles de leguas, por los libres caminos del aire y del agua.
Los náufragos de la globalización peregrinan inventando caminos, queriendo casa, golpeando puertas: las puertas que se abren, mágicamente, al paso del dinero, se cierran en sus narices. Algunos consiguen colarse. Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos sin nombre que yacen bajo tierra en el otro mundo adonde querían llegar.
No son libres, en cambio, los caminos del éxodo humano.
En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible.
Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente.
Les han robado su lugar en el mundo. Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras. Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados.
Cada Historia migrante es única e irrepetible. Poder escucharlas nos lleva a entender que los mismos que provocan las guerras, el hambre, las persecusiones, son los que se abogan el derecho de decidir por ellos, nunca favorablemente. Son «envases» sin contenido, sobran y molestan.

Ayer , en la Fundación Ficat, empezamos el proyecto de construcción de un archivo de Historia Oral con migrantes, desde adentro y para afuera. Fue muy fuerte, escucharlos. Pensar que en Argentina durante la primera mitad del siglo XX llegaron migrantes por las mismas causas, en un contexto terrible también , pero nunca pasaron lo que ayer escuché para llegar. El mar Mediterráneo es una fosa común con miles de personas de las que ni sabemos el nombre. Estamos asistiendo a otro genocidio en vivo y en directo.


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